
Queridos hermanos, muchas almas que asisten a la Santa Misa y comulgan con frecuencia, almas buenas, con buena intención, viven sin ver a Dios, sin reconocerle. Acuden a la Santa Misa pero no les reporta nada espiritualmente; están estancadas en su vida interior.
Es el vacío de estas almas, es el vacío de la propia Misa a la que asisten, desprovista de todo lo sagrado, lo ceremonial, lo tradicional, de la propia realidad del Sacrificio. Estas almas asisten, en verdad, a una asamblea. La misma frialdad de la ceremonia y del oficiante, se contagia a los fieles, entibiando sus almas. Ya no ven a Dios. Muchas almas desean que termine pronto la asamblea, se cansan si dura más de lo acostumbrado; no pocos sienten que no va con ellos, pero asisten si la cosa es rápida.
Si no hay Sacrificio muere el alma. Muchos reciben la Sagrada Comunión muertos espiritualmente, sin haber participado en el Sacrificio; les basta con haber llegado a tiempo a comulgar; o bien han estado ausente durante la Misa, o bien han participado en una asamblea, en una simple cena.
Cuánto daño hace a los fieles, a sus almas, a la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la Sagrada Comunión en la mano, propia de una cena, de una comida. No me toques– Noli me tangere- le dijo el Señor a María Magdalena tras la resurrección; más cómo le tocó, besó sus pies y los limpió con sus lagrimas y secó con sus cabellos, antes de Su Sagrada Pasión. Tras el Calvario, sólo el sacerdote toca al Señor, sólo sus manos consagradas. La Sagrada Comunión en la mano, de pie, la ausencia del Santo Sacrificio, termina secando la vida interior de las almas, dejándolas muertas en vida.
La falsa participación de los fieles en la Santa Misa, su activismo en ella está en la línea de desvalorización del Sacrificio, de su anulación, de la participación en la asamblea que se reúne para cualquier cosa menos para vivir el Calvario.
Pero la verdadera participación de los fieles nos la enseña la tradición, la Santa Misa tradicional. Es la participación de la Santísima Virgen al pie de la Cruz, de San Juan, de María Magdalena. Participaban contemplando al Señor mientras lo crucificaban. El Señor abría sus ojos y contemplaba a su Santísima Madre y al discípulo amado, y se sentía confortado, porque los veía participar de su Pasión, de sus dolores. Ellos participaban como lo requería el momento, mirando al Señor y uniéndose a Él en sus intenciones.
Participar en la Santa Misa es ayudar al Señor, es unirse a Sus intenciones, es acompañarle al pie de la Cruz, es sufrir con Él, compartir Su dolor. Esto es participar del Santo Sacrificio. Participar es estar en el silencio de la Cruz, es recogerse en oración ante el excelso momento de la transubstanciación. Donde no esté el silencio respetuoso, está la errónea participación del bullicio de los fieles. Pero es así porque participan en una asamblea o reunión, pero no en el Sacrifico de Jesucristo.
Estamos inmersos en la más grande crisis de la Historio de la Iglesia, por una razón que no se dio anteriormente: la negación del Sacrificio del Calvario. Realmente no se ha producido una reforma litúrgica, sino una verdadera destrucción de la tradición. Se ha pretendido una verdadera abolición de la Santa Misa tradicional, que no quedara el más mínimo recuerdo de ella. Mientras en las parroquias se permiten todo tipo de aberración litúrgica, al mismo tiempo hacia la Santa Misa tradicional hay un absoluto desprecio. Se abre las puertas a la ofensa, a lo vulgar y profano, ocurrente, y se las cierra a la reverencia, a lo santo y a la tradición milenaria.
Cuántas almas muertas en vida, que ya no viven lo sagrado del Santo Sacrificio, que ni lo conocen. Acostumbradas a lo creativo del día y del momento, a la reunión de la comunidad; los fieles se alimentan del vacío de estas reuniones. De nada se alimentan espiritualmente, en nada crecen interiormente, ya nada distinguen. Muertas interiormente ya no disciernen lo profano de lo santo, el sacrificio de la cena o la reunión de la asamblea.
Nuestro Señor llora lágrimas de sangre. Llora sangre. Pero muy pocos lo saben porque el Señor se lo oculta, porque no quieren Su Sacrificio. Sólo el Santo Sacrificio da vida al alma, la mantiene en la firmeza de la fe, en la fortaleza para proclamarla, en la alegría de la esperanza y en el desprendimiento de la caridad.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa.
Fuente: Adelante la Fe.